El pasado martes 29 de julio presentamos Recetas para los equívocos; queremos compartir con quienes no pudieron asistir (y con quienes tengan curiosidad) las palabras de los poetas presentadores y las notas de la noche de palabras celebrada en 9 Vidas Cofee Art engalanado por muebles de Francisco Espino Design.
Consideraciones sobre el amor en Recetas para los
equívocos de Gabriela Omayra
(Presentación de Yamilet Fajardo)
En de la tradición clásica encontramos
un mito en extremo hermoso por el que me gustaría iniciar, se trata del mito de
Sémele y Zeus. Sémele era hija de Cadmo, rey de Tebas, una joven lozana por la
que Zeus sintió una gran atracción; sin embargo, Sémele no dejaba de ser simple
mortal, era incapaz de tocar la grandeza divina de Zeus, como el hombre es
incapaz de tocar lo divino. Sémele no podía ver a Zeus. Con el paso del tiempo
ella ya no creía que era él, sino cualquier otro hombre a quien le entregaba su
amor, así que le pidió que se le mostrase en todo su poder, cosa que hizo el
dios para complacerla; pero incapaz de resistir la visión de los relámpagos que
rodeaban a su amante, Sémele cayó fulminada.
Así la voz poética de Recetas para los
equívocos deambula entre el encuentro y el aniquilamiento. Es la búsqueda
de lo divino, eso divino que pudiera ser el amor, pero el amor del que aquí se
trata no es un concepto, sino algo imposible de nombrar, algo que la poesía,
capaz de decir aquello que no se puede decir con palabras, expresa. Una
concepción que nos atañe, nos aguarda y, nos asiste desde antes, desde un
principio, desde el grito que deviene en desprendimiento, grito antes que la
palabra, ese ¡ay! que surge del delirio primero del hombre. El ser amado
aparece desde una mirada incompleta, en donde no se sabe si la relación surge o
no, escribe Gabriela Omayra: “ahora solo falta conocer tu aliento/ y cómo lates
en mi interior”.
En Recetas para los equívocos
encontramos la plenitud, pero también el vacío, ese vacío de todo ser viviente,
un hueco dentro de sí que confirma su asentamiento; vacío que es todo un
continente, una isla sostenida por el corazón. "empecé a reconocerme en
este espacio/ a tu lado en la cama azul donde miramos a esa/ luna
creciente".
Los enamorados son los que abandonan,
son los que cambian, y los que olvidan, Jaime Sabines lo sabía. Cuando los amantes
despiertan, todo es nuevo y pide ser nombrado. Nada es lo que parece ni eso que
los otros miran. Y en la quietud dormida de las cosas diminutas giran
precipitadas y tenaces la eternidad y el universo. Ese universo que la autora
de Recetas para los equívocos intenta mostrarnos bajo una mirada
poética, la de la quietud de un enamorado que espera con una taza de café en
mano, mientras peina el necio cabello de su amante y, donde el escribir es ya
también un acto de amor.
La atracción que provoca es un elogio a
la belleza. El amor es el deseo por lo bello, comienza por la seducción de un
cuerpo hermoso, éste es el grado inferior de las relaciones amatorias según los
griegos, uno mayor sería la búsqueda de las virtudes eternas del otro, no tanto
la belleza sino su producción. El cuerpo se marchita y se descompone con el
tiempo, en cambio la virtud se eleva con las acciones de quien la posee y
alcanza lo eterno, así lo cuenta Diotina a Sócrates y, en verdad, no
somos más que lobos sarnosos en busca de belleza. Para Gabriela Omaya que
escribe desde un impulso a veces, ligero, a veces atrevido: "el amor es
simplemente la carne/ la profundidad de la sal o la leche/ lo
fácil que es sentir los sudores y la sangre".
En Recetas para los equívocos
aparece también esta costumbre humana del amor equivocado: "esa terca
idea/ de querer verlo otra vez/ es más fácil quedar ciego/ mudo y sordo/ de
pronto/ que dejar en paz/ la palabra amor".
En efecto, escribe Platón en el
Banquete: el que ama tiene un no sé qué de más divino que el que es amado. En
cuanto a la palabra amor, escribe Octavio Paz: “Es una apuesta, insensata, por
la libertad”. Pero la libertad del otro, como lo pensaba Rilke: “ese amor que
consiste en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan
homenaje” y contradiciendo a Rilke y, contradiciendo a Paz y, contradiciendo a
Gabriela Omayra leemos a Borges: “Felices los amados y los amantes y los que
pueden prescindir del amor”.
Presentación de Roberto Galaviz
Después de todo —pero después de todo—
sólo se trata de acostarse juntos,
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.
Jaime Sabines
La mejor poesía, o al menos la más sincera, tiene como elementos esenciales la crueldad, belleza en forma y en fondo, tiene también la música inigualable verso a verso de las emociones que, al añejarse, se convierten en objetos íntimos de la memoria poética del escritor.
El poeta es una especie de coleccionista, de museógrafo, coloca en el lugar justo, con la luz adecuada, en la esquina perfecta y el ambiente controlado, cada una de las palabras que construyen un poema cual si fuera un monumento
—o, mejor dicho, una especie de ruina—.
Si el poema y el poeta son realmente buenos, serán vestigios de una forma única de ver y decir el mundo, serán perdurables y universales. El poema es una compleja museografía de sentimientos, emociones y lenguaje que Gabriela Omayra López ha asimilado y practicado pulcra y directamente en su Recetas para los equívocos: simplifica, traduce y sacraliza el misterio de lo cotidiano regalándolo para nosotros en su forma más pura.
En su obra permea en todo momento la búsqueda por el equilibrio, y es claro que el amor es la idea más antigua al respecto, a nadie debe quedarle duda. ¿Quién no se ha sentido en la paz, o en la felicidad más absoluta entre los brazos, o entre las piernas de quien ama? ¿Quién no sabe, aunque sea por instinto, que la forma más genuina de vengarse del mundo, de la vida, de sus calamidades y tristezas, es amando? Finalmente, dice la poeta: "El amor es la carne, la redundante muerte en cada instante".
El amor, según Omayra López en su poesía, es una constante cuenta regresiva, un contrarreloj, un recordatorio en el momento menos preciso, de la muerte, de la finitud de nuestra vida, que siempre está más cerca de la muerte mientras más conscientes somos de lo hermosa que es.
El amor nos condena siempre, es morirse frente al espejo, desviar la mirada al reflejo porque sabemos que las horas están contadas, del amor, y de la vida.
Aquel que escribe poesía —nótenlo—, cualquier día, cualquier calle, parece que tiene a veces la mirada lejos, que está ausente por momentos, que se pierde, parece incluso que están tristes, pero no lo están; les diré un secreto: están esperando o recordando, la vida misma aunque no lo notemos, se nos va en eso, en esperar o recordar.
Celebro el libro que nos entrega Omayra López porque es un museo perfecto de sentimientos, honestos, a ras de pensamiento, y eso —se los digo casi como una orden— hay que agradecerlo.
Celebro el libro que nos entrega Omayra López porque es un museo perfecto de sentimientos, honestos, a ras de pensamiento, y eso —se los digo casi como una orden— hay que agradecerlo.
Notas sobre la presentación
Página 24: http://goo.gl/3USpQG
Imagen: http://goo.gl/sZQziw
Momento: http://goo.gl/3LREtB
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