El hombre de negro
A Helioflores
Un hombre embozado en su capotón negro, con un sentimiento
hundido en el pecho como estaca, de manera subrepticia viola el tiempo donde
existió y viola las oficinas de concreto. Sube, emocionado y misterioso por las
escaleras de servicio. Si escucha algún ruido, detiene el paso, lleva la mano
derecha a la empuñadura de su sable y espera a que el peligro se aleje. Sigue
subiendo, mientras en su pecho ahora juguetea una canción plateada que susurran
voces negras: solo tú. Llega a un piso muy extraño y sabe hacia dónde dirigir
sus pasos. Penetra en la habitación del fondo, donde el aroma a mujer es tan
fuerte que él lo reconoce al entrar. Aspira hondo para llevarse en la memoria
esa presencia que en ese momento es solo silencio y penumbra, tiempo perdurable
y trasfigurado. El Hombre de Negro mete el brazo debajo de su largo capotón,
hurga en el pecho como sacándose un dolor, y extrae una flor luminosamente
amarilla que trajo del tiempo, cultivada tal vez en la zona norte de San
Marino. La deposita en un florero de barro y sale.
Tomado de Miedo
ambiente y otros miedos, Lecturas Mexicanas, 1986.